Hay cuatro figuras que me han marcado e invitado a elegir mi camino. Por orden cronológico de su fecha de nacimiento son:
Aristóteles
Ramón y Cajal
Felix Rodríguez de la Fuente y El Hombre y la Tierra.
Carl Sagan y Cosmos.
Felix Rodríguez de la Fuente y El Hombre y la Tierra.
Realmente su influencia me llegó de rebote.
Yo tenía sólo 9 años cuando murió Félix Rodríguez de la Fuente.
La primera televisión en color de casa no llegó hasta más de un año después, comprada entre mi hermano y yo con el dinero que nos dieron en la primera comunión, para sustituir a la de blanco y negro que nos habían regalado un tiempo antes. Y antes de eso vivíamos en Menorca sin televisión.
Posiblemente no llegué a ver ningún capítulo de El Hombre y la Tierra en su emisión original, pero la sensación de ahora es como si no me hubiera perdido ni uno. Supongo que a través de la sociedad de los 70 me llegaba el magnetismo de Félix, y la magnífica sintonía de Antón García Abril -que ahora tengo en mi móvil- me debió calar aunque sólo la oyera de lejos. De todas formas, como todos los niños de la época también yo escuché muchas veces la canción de Enrique y Ana, sin que me sintiera muy identificado.
Ha sido de mayor cuando he echado cuentas y he visto que realmente llegué un pelín tarde a El Hombre y La Tierra. Las reposiciones, los documentales, los homenajes, el trabajo junto a gente que sí lo vivió más de cerca, ha hecho que lo tome como mío.
De esta influencia nace la certeza juvenil de que no hay nada en el mundo que valga más que una jornada en el campo en la que uno descubre una musaraña entre unos troncos, o ve pasar un buitre, o escucha la berrea del ciervo
Aristóteles
Ramón y Cajal
Felix Rodríguez de la Fuente y El Hombre y la Tierra.
Carl Sagan y Cosmos.
Felix Rodríguez de la Fuente y El Hombre y la Tierra.
Realmente su influencia me llegó de rebote.
Yo tenía sólo 9 años cuando murió Félix Rodríguez de la Fuente.
La primera televisión en color de casa no llegó hasta más de un año después, comprada entre mi hermano y yo con el dinero que nos dieron en la primera comunión, para sustituir a la de blanco y negro que nos habían regalado un tiempo antes. Y antes de eso vivíamos en Menorca sin televisión.
Posiblemente no llegué a ver ningún capítulo de El Hombre y la Tierra en su emisión original, pero la sensación de ahora es como si no me hubiera perdido ni uno. Supongo que a través de la sociedad de los 70 me llegaba el magnetismo de Félix, y la magnífica sintonía de Antón García Abril -que ahora tengo en mi móvil- me debió calar aunque sólo la oyera de lejos. De todas formas, como todos los niños de la época también yo escuché muchas veces la canción de Enrique y Ana, sin que me sintiera muy identificado.
Ha sido de mayor cuando he echado cuentas y he visto que realmente llegué un pelín tarde a El Hombre y La Tierra. Las reposiciones, los documentales, los homenajes, el trabajo junto a gente que sí lo vivió más de cerca, ha hecho que lo tome como mío.
De esta influencia nace la certeza juvenil de que no hay nada en el mundo que valga más que una jornada en el campo en la que uno descubre una musaraña entre unos troncos, o ve pasar un buitre, o escucha la berrea del ciervo
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